Llovió sobre mojado

Por: Santiago Cantillo 


Una humillación histórica.

Fue vergonzoso por la forma y por la imagen lánguida y cavernaria que mostró el equipo. Si en la columna que hice después del partido contra Uruguay dije que los buenos seleccionados también se miden por cómo se reponen de sus tragedias, Colombia tuvo la fortaleza psicológica de un adolescente posmoderno. Ya desde los primeros minutos fue un conjunto que simplemente salió predispuesto a padecer tanto que, increíblemente, la golpiza propinada por la banda de gánsteres liderada por Cavani fue sólo el prólogo de un castigo mucho mayor. Uno en el que la tricolor tampoco iba a encontrar nunca la forma de defenderse e iba a ser víctima de su propia falta de tensión. Uno de los lugares comunes en los que se refugian aquellos que no saben explicar las carencias futbolísticas es el de la jerarquía y el espíritu. Y aunque eso no me guste nada( y más porque hablamos de una camada que se ha caracterizado por ponerle el pecho al viento cuando el fútbol no respondía), las derrotas en esta doble fecha de eliminatoria si que fueron producto de una evidente poquedad de intensidad, concentración y temperamento. Futbolistas que muchas veces estimularon deseos de tomarse una cerveza con sabor a Mundial, esta vez han cometido errores dignos de fútbol amateur. Colombia fue un estudiante que dejó preguntas sin contestar, y las que no dejó en blanco las respondió tan mal como el que se presenta al examen preparado para sacar uno. Desde Jeison Murillo mirando al juez de línea mientras le daba tiempo a Ángel Mena de bajarla, controlar, perfilarse y rematar. Hasta el entrenador haciendo cuatro cambios totalmente fuera de contexto que, además de confirmar que se equivocó en el planteamiento inicial, dejaron al sistema sin un mínima posibilidad de reponerse. Es decir, una vez aceptado el hecho de que el XI fue fallido, la intervención sobre la marcha lo que hizo fue llover sobre mojado y corroborar que a a esas alturas la situación estaba llevada por el putas. 


Lo de Ecuador, aunque bueno, no daba para tanta diferencia.

Carlos Queiroz me parece un buen entrenador. Un teórico vanguardista que en su momento fue partícipe de una revolución en los métodos de entrenamiento, y que en este rubro dedicó años de estudio a las escuelas futbolísticas más representativas, incluida la sudamericana. Decir que a un tipo con su peregrinar "no se le ve trabajo" es de necios. No solo por los másteres y los sellos en su pasaporte, sino porque en poco más de un año había logrado moldear una estructura que describiera de manera diáfana las cosas que quería hacer su equipo dentro del campo. Algo muy difícil de lograr. Pues a diferencia de un club donde hay oportunidad de repetir y repetir conceptos hasta asimilarlos, en una selección la cuestión está en inculcar principios que creen una sinergia entre elementos que juntos sean capaces de llevar la cosa del mundo de las ideas al plano físico. En otras palabras, tomar futbolistas que juntos se potencien y tengan cierta química para acercarse a la noción de equipo. Queiroz lleva décadas conduciendo en un camino llano mientras arma selecciones auténticas a nivel de identidad. Pero cuando agarró el timón colombiano, sin saberlo, tomó camino hacia rutas salvajes. Porque la eliminatoria sudamericana es una selva en donde a veces lo camaleónico te puede servir más que lo reconocible. Si no sabes eso desde el principio, vas a aprender la lección con sangre. Aunque tu 4-3-3 sea tu sostén, no considerar factores exógenos como Barranquilla/Quito o sencillamente no mover ciertas tuercas según el contexto que impone el rival, habla de un desconocimiento del medio. Eso fue lo que le pasó a Carlos. Construyó una estructura dependiente de un solo onceno y de sus mecanismos concomitantes. Cuando ese orden se ha visto configurado, hemos sido anticompetitivos. Muchísimo más cuando los jugadores-que también él ha escogido, y que fallan tanto por incapacidades propias o contextos poco propicios- pecan de ineficaces. Esa es la responsabilidad del DT. Después están los otros. Lo de los futbolistas fue, sencillamente, una vergüenza.


Superado por la situación.
 
Porque cuando un equipo sufre semejantes cachetazos, de ninguna manera se le puede sacar responsabilidad a los intérpretes. Vamos descendentemente: Duván Zapata representó una debilidad en la primera línea de presión debido a su poca disposición para tapar a centrales o mediocentro, y su capacidad de autogestión fue pobrísima. Muriel volvió a verse disminuido en escenarios de fuego alto, algo casi predominante en su carrera. Mateus y Lerma poco pudieron verticalizar por carriles interiores, contra Uruguay por virtud del rival y ayer por lo desnudos que se ven sin Barrios. Lo de la defensa fue esperpéntico, la más horripilante que vi en la amarilla desde que tengo memoria. Mojica jugó un partido digno del peor Pablo Armero, Jeison Murillo cometió errores que no son para nada raros en él y que son los motivos de que no se haya podido asentar en la élite, y Davinson Sánchez sigue mirando a esta hora a los delanteros ecuatorianos y sin llenarse de confianza con la camiseta de su país.
Por supuesto que cuando se están sufriendo vapuleadas de semejante gravedad, lo mínimo que uno espera es que los referentes levanten la mano. No necesariamente con un grito, porque esto no es la guerra, pero sí haciendo uso del talento. Realizando una jugada que le diga a los tuyos que el electrocardiograma sigue sonando. Probablemente James Rodríguez, el jugador más importante de la historia de la Selección Colombia(y se lo peleo al que sea, vengan de a cuatro), haya tenido sus dos peores presentaciones en ella. Eso se vio en sus cobros de tiro de esquina y sus regates fallados. Una imagen triste, porque la costumbre es que el diez tire del carro y sea un fósforo en medio de la oscuridad. En cuánto a Cuadrado y Mina, del primero va siendo hora de prescindir. Un futbolista desesperante, que con esta camiseta se toma concesiones y autoridades que lo hacen ver espantoso, y que ha tenido menos partidos buenos que años como titular. Y la forma como lo venden desde los medios de comunicación es como la de un director de cine que subestima la inteligencia del espectador. Por menos, muchísimo menos, se le he ha acribillado a jugadores como Stefan Medina o Carlos Bacca. Lo mismo con Yerry. Anque no voy caer en la zoncera de sus bailes, si debo decir que siempre ha sido un defensor con más personalidad que talento. Esa confianza con la que lo ves y te hace pensar "este tiene que ser bueno", es la misma que lo convierte en un defensor poco fiable con tendencia al error. 

Retrato de su performance en la Selección.


Es vital que en la defensa comiencen a aparecer los rostros de Carlos Cuesta, Jhon Lucumí y Alexis Pérez. Así como del medio hacia delante se debería replantear las opciones de Cantillo, Campuzano, Muñoz, Campaz y Jorge Carrascal. Traer a Juan Fernando Quintero juegue donde juegue, mirar a un extremo natural como Duván Vergara, darle más galones a Luis Díaz y premiar el enorme rendimiento de Rafael Santos Borré. Son cosas que deben pasar independientemente de lo que ocurra con la dirección técnica. A priori, son resultados que asesinan un proyecto porque es muy difícil resetear después de una tarde tan trágica. Tendrían los jugadores que confiar y creer mucho en el entrenador. Si Queiroz continúa, ojalá haya aprendido del duro golpe. Que le haya quedado claro que sólo mediante la flexibilidad táctica y nominal este equipo podrá sumar variantes que lo enriquezcan y lo hagan más peligroso. Que la tristeza por la derrota no haga que la federación monte otro circo en un país en el que la impotencia se usa para construir más miserias. Si el fútbol es algo mucho menos importante que todo lo demás, ¿en eso si podremos hacer algo bien?

El equipo de Alfaro ganó todas las divididas. 







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