El problema de Carlos | Análisis

 Por: Santiago Cantillo 

El nivel de todo el equipo, sobretodo el de Mina, fue paupérrimo. 

Muy probablemente, el mayor problema que tiene el fútbol de selecciones es que es casi imposible consolidar un equipo fácil de identificar y competitivo en todas las esferas. Hace unas décadas, Francisco Maturana podía tener durante meses a Freddy Rincón para decirle cómo y cuándo tenía que desprenderse y pasar al ataque. Y no sólo eso, también podía pasar horas hablando con Valderrama para ver las zonas donde habría de vincular su prodigioso pase de borde interno con las descolgadas del coloso. Eran los noventa. Madonna y Michael Jackson dominaban la esfera musical, el gobierno colombiano perdía todos los días contra los narcotraficantes, y sin duda alguna habían muchas más condiciones para trabajar y afianzar automatismos y costumbres dentro de un combinado nacional. Por eso existió la Argentina de Bilardo, la Alemania de Beckenbauer, la Colombia de Pacho. Hoy el fútbol es otro y en muy pocos días los seleccionadores deben ver qué tienen para poner, sacar el resultado a como de lugar y después que cada uno arranque para el país donde vive. Por eso también, en los últimos veinte años, alcanza una sola mano para contar las únicas selecciones exitosas y con una línea de juego resistente al acelerado paso del tiempo. La España de Del Bosque(que tuvo una generación irrepetible de mediocampistas), la Alemania de Low(que antes fue de Klinsmann, porque ha sido un proceso de más de quince años). Podría uno sumarle a la siempre peligrosa Uruguay de Óscar Washington Tábarez, que ha ido quitando y desgastando capas mientras adapta estilos, jugando mejor y peor, contra frustraciones y hasta enfermedades del Maestro, pero compitiendo siempre de una forma combativa y sólida. Entonces el panorama es ese: es muy complicado pedirle a una selección que juegue bien siempre. Mientras lucha contra rivales igual de fuertes, en medio de situaciones como el recambio generacional, lesiones, y hasta una pandemia que te quita de tres a cinco jugadores que tienes en la cabeza. Por supuesto que por mi condición de hincha me encantaría que Colombia ganara, jugara bien siempre y dominara la eliminatoria sudamericana. Así como también mi condición de acérrimo fanático del cine me hace desear que las plataformas de streaming dejaran de cagarse en la cultura y comenzaran a producir películas de una calidad decente, pero de ahí a que eso suceda...

Contra estos no te puedes equivocar.

Considerando ese panorama, y léjos de justificar la bochornosa presentación del equipo colombiano en la tarde de ayer(o peor, sumarme a la popular costumbre de pegar sin pensar), tengo que reconocer una cosa que muy poco se lee en el mar de opiniones que desató el 0-3: el equipo de Carlos Queiroz es de los pocos en Sudamérica que sabe a qué quiere jugar y cómo debe hacerlo. Tiene una idea plantada en su cerebro e intenta ejecutarla independientemente del rival y las condiciones. Esto resulta meritorio y problemático al mismo tiempo. Un don, pero también una maldición. Porque si le quitan una carta, se le viene abajo toda la torre de naipes. No compro ese lugar común de que Queiroz se aleja de nuestra idiosincrasia . Primero porque es una excusa para no profundizar en el juego, y después porque-contrario a lo que se dice- es un tipo que quiere ser superior precisamente desde la edificación de una identidad. El problema es cómo compite cuando su sistema se trastoca.  

La estructura que propone el mozambiqueño tiene su dios, para mí, en los triángulos que se forman a los costados. Sobretodo en la banda derecha, zona por la que frecuentemente se mueve nuestro mejor futbolista. Para que James Rodriguez reciba con tiempo y espacio, es necesario que haya una armonía con el interior derecho y el lateral de esa banda. Si se quiere que el 4-3-3 fluya en cuánto a salida de balón, estos dos futbolistas deben tener una lectura casi perfecta para intercambiar alturas y posiciones. Esa movilidad hace girar al rival, y si el rival se gira entonces el diez recibe la pelota en condiciones óptimas para que de ahí en adelante sus decisiones determinen el destino del equipo a la hora de atacar. Esto es precisamente lo que Colombia nunca pudo hacer contra Uruguay, pues su línea de cuatro produjo que esa sociedad triangular que describo sea casi nula. Entiendo que el entrenador confía más en la jerarquía que puede aparentar Cuadrado de lateral que en la frescura de Orejuela o Muñoz, pero queda claro que si el oriundo de Necoclí va a jugar en este equipo(conmigo no lo haría, pero no soy técnico) lo mejor es que lo siga haciendo de interior. Esto agrega a la discusión una verdad irrefutable: el mejor puntero derecho colombiano se llama Stefan Medina. Es el que toma mejores decisiones a la hora de moverse con y sin pelota, su pasado como central le permite conservar una solidez arrolladora, y es un centrador más que fiable. Para corroborar todo esto está su participación ante Venezuela y Chile, pero también lo mal que se ha visto el dibujo desde que se lesionó en Santiago. Volvemos a los naipes: el entrenador tiene que encontrar la forma de replantear el sonido cuando una tecla del piano se daña. Está bárbaro que en poco tiempo el equipo tenga un gran porcentaje de similitud, que es algo que no tuvimos en la última eliminatoria con Pekerman, donde carecimos de identidad. Pero hay que sumarle flexibilidad e intervencionismo a partir de situaciones que se dan sobre la marcha, cosas en las que Jose Néstor dio una cátedra increíble. Las lesiones y el COVID-19 le van a seguir derribando soldados a Carlos, y en ese tipo de cosas su mano debe verse. Es ahí donde entramos a otro tema que tiene a la gente molesta: los cambios. 


Desde que Wilmar Barrios se adueñó del puesto, es muy difícil encontrarle un partido por debajo de los siete puntos. Ayer estaba siendo el mejor de la tricolor, pues a pesar del acoso de Cavani, lograba oxigenar al equipo mediante el pase y también corregía los errores que sus compañeros alrededor se cansaron de cometer. No sé si sacarlo era algo lógico, pero sí una pateada de tablero osada y brutal. Con la entrada de Luis Díaz Colombia no solo ganó en profundidad y desequilibrio, sino que neutralizó a Torreira, quien se estaba dando gusto ante la poca intensidad para presionar de Duván. Se pasó del 4-3-3 a un 4-2-3-1 que corregía el latifundio que a Lerma y Uribe les estaba quedando muy largo, confundía a la defensa charrúa cambiándole las referencias de marca y le permitía a James comenzar a jugar de enganche. Sin mencionar que quedó con seis futbolistas que tienen el don del gol. No es casual que los minutos siguientes al cambio fueron los mejores de Colombia. En cambio, la entrada de Cardona empeoró al equipo. Pero porque ya Tabarez había mandado definitivamente a Cavani(MVP) sobre una banda y haciendo un 4-5-1 Nández-Betancur-Torreira le colocó más densidad al mediocampo. Esos tres picahielos ganaron todos los rebotes del 2T y ampliaron la distancia entre Cardona-Lerma-James y Díaz-Zapata-Morelos. El buen gol de Darwin Núñez fue la estocada final.


El Maestro superó tácticamente a Queiroz. 

Del rendimiento individual de muchos jugadores ya hablaremos en profundidad al acabar la fecha FIFA para que esto no me quede tan largo, pero vaya bajeza de nivel en algunos. A pesar de lo mucho que tiene por resolver el DT en el pizarrón, el partido lo perdieron ellos. Y son los máximos responsables de la mayor derrota que hemos sufrido jugando de local por eliminatorias. Mina tomando una decisión tonta y ejecutando con una intensidad muy pobre, Rodriguez intentando gambetear en una zona prohibida y a sabiendas de que la defensa estaba mal parada atrás. Me gustó que el mismo James(mi capitán, siempre) tomó el micrófono y dijo que ya todos están grandecitos. Porque si bien Uruguay no mereció ganarlo por un marcador tan largo, Colombia si mereció perderlo. Conscientes de esta debacle horrible, es hora de lavarse la cara e ir a picar el muro de Gustavo Alfaro en la altura de Quito. Linda prueba para Queiroz, el plantel y esta obra en construcción. Las grandes selecciones también se miden por cómo se reponen de sus tragedias.  

La tarde de Barranquilla, como el equipo, nublada. 




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