La noche estrellada | EDITORIAL

 Por: Santiago Cantillo

Siempre he sostenido que el guionista de la Copa de Europa es un tipo taciturno y atormentado. Si
imagináramos su habitación, costaría caminar entre las botellas de licor y los papeles ripiados en el suelo. En la pared habrían cuadros a blanco y negro de Alfredo Di Stéfano, Bela Guttmann y Helenio Herrera. Retratos de la volea de Zidane, la chilena de CR7 y el tiro libre de Messi. Y un hilo rojo a lo matarife que conecta a los equipos de este Super Ocho con una foto gigante de La Orejona. En la mesa, justo al lado del cenicero, tiene capítulos aún sin terminar porque todavía no se decide entre el desahogo de Lionel, la redención de Pep o la eterna revancha del Cholo. Cositas que irá determinando sobre la marcha con su pluma de serendipia, la misma que ayer quiso reivindicar a un personaje fundamental en toda esta maraña épico-futbolística. Un brasilero díscolo que, como vive en un mundo en el que les encanta joder, increíblemente aún necesita demostrar su inmensa calidad. Se debía a sí mismo una noche europea. Un partido de esos en donde desde el primer toque a la pelota le haces saber a todos que ella será tuya durante noventa y pico de minutos. Porque nadie va a tratarla con semejante tacto y gracia. Porque el equilibro entre lo rocambolesco y lo natural de tus movimientos y gestos rozan el ilusionismo. Cuando hay que pestañear fuerte para confirmar que esa gambeta no fue un engaño óptico.



    Neymar Junior y Kylian Mbappé. Absolutamente determinantes.


Pero por supuesto esto es fútbol, y capaz que eso no es suficiente. Porque en frente podría haber un rival que es colectivamente superior. Un modesto equipo italiano que no le tiene miedo a nada y te presiona hombre a hombre con el riesgo que esto implica. Ese duelo entre Neymar y el sistema de Gasperini se vio desde la primera jugada peligrosa del partido. Keylor Navas, guardameta ultra copero, al ver a todos los receptores tomados optó por el balón vertical al diez que venía perfilado. Este, con un delicioso toque de primera insinuó una pared con Mauro Icardi(la gran decepción de la noche) y en un tac tac ya el brazuca estaba de cara con Sportiello. Abrió mucho el pie y la tiró afuera, pero en el aire ya se sentía ese <<bueno, lo botó. Pero Neymar está muy bien>>.  El alto ritmo del juego se marcó entre sus intervenciones furiosas y el plan que trazó el Atalanta: tratar de achicar muy alto para forzar el error y recuperar estando lo más cerca del arco parisino que fuera posible. Los muchachos de Gasperini además de valerosos e intensos, son conceptuales. No es casual que el stopper Tolói condujera tantos metros para meter el pase que desembocaría en el rebote que se la dejó sabrosa a Pasalic. Una de las premisas de I Nerazzurri es que los centrales se planten(o lleguen, que es mejor) a zonas de peligro para ser opción de pase e imponer superioridad numérica. Esa es una de las tantas aristas que marcan a un equipo identificable y consecuente con el discurso del entrenador, que hace poquito citaba El Arte de la Guerra en una entrevista con The Guardian para alegorizar lo que quiere de su equipo: "Defender te hace invencible, pero si quieres ganar debes atacar". Esa idea, aunque te cueste la vida en el golpe por golpe ante jugadores de élite, es incorruptible. Y de paso es el valor fundamental del fútbol en el que yo, como director de Invente, creeré hasta al final. Por eso este Atalanta merece todo el honor del planeta y tiene que ser imitado. Es un club que pone el límite única y exclusivamente en el trabajo incansable y no en la chequera. En las ganas de construir con dignidad y no en la opulencia del fútbol posmoderno. Por eso al final del partido me quedé con cara de nada, sentí que había cierta cuota de crueldad. Ojo: crueldad, pero no injusticia.

 

El Atalanta quedará en nuestra memoria. 




Porque como dijo alguien en una telenovela costeña que me divierte mucho: una cosa es una cosa, y otra cosa es otra cosa. Aunque el destino haya sido medio hijo de puta con los bergamascos, si nos metemos finamente con el partido de ayer, al final pasó el que lo mereció más. Ya en frío y sin la efervescencia de los insufribles programas post-partidos, sé que el PSG creó las oportunidades más claras del encuentro. Claro, su planteamiento fue tan cojo como la pierna de su entrenador, pero es que con la lucidez de Ney les alcanzó para pasar. Ya en la editorial del 7 de Agosto que escribí en este mismo blog había dicho que en esta shempions atípica importa mucho más el factor emocional, esas sensaciones que te pueden producir una actuación descollante como la del brasilero en el día de ayer, incluso estando poco aceitado en la definición. Porque aunque ese gol que erró luego de un mal pase de Hateboer sean precisamente las ocasiones que le separan de Messi y Cristiano en clave Europa, fue definitivamente su partido. Se fabricó jugadas que por talento y fondo físico solo él es capaz de fabricárselas. Y cuando los minutos comenzaron a pasarle factura encontró en Kylian Mbappé su aliado más sintonizado con la alta frecuencia en la que vibró. La tortuga ninja fue absolutamente decisiva, en una pierna inclinó totalmente la cancha y condicionó la eliminatoria. Estos dos magos fueron el único argumento de Tuchel, y no es que hayan sido poca cosa. El sudaca además de jugar en modo Riquelme y ser el futbolista más influyente en acciones medibles y no medibles, dejó dos toques de distinción que por suerte alteraron el marcador, pues hubiese sido una pena que no coronara una de las mejores noches de su carrera con el pase a semis. Su partido fue memorable y le dejó ver a todo el mundo que  ya es un futbolista total. Capaz de combinar la rebeldía y el enojo con un talento maravilloso para acelerar, desacelerar, conducir, gambetear, tocar de primera, atraer, pasar...es que ese cocktail anímico y técnico me recordó a Michael Jordan. Los dos goles dejaron formidables gestos que de ninguna manera pueden pasar desapercibidos. En el primero, tuvo el toupé de bajarla con el muslo en plena área y en un solo contacto hacer lo más difícil para un jugador: controlarla y perfilarse. Marquinhos la empujó y el empate le sirvió al Paris Saint Germain para espantar los fantasmas derrotistas y creerse superiores por primera vez en todos estos años. Y después, con un pase clínico habilitar a su socio francés y dejarlo de cara al arco, previo a lo que sería la estocada final de Choupo-Moting-Origi. Camerunés que solo entró en la lista de convocados para Lisboa por la no renovación de Cavani. Cosas de este deporte indescifrable.


    Ojo a la posición del cuerpo al tirar el pase. 

 

Valía la pena todo este palabrerío porque el match de ayer va directo a la videoteca. Fue de esos partidos que se anclan en la memoria de los que se nos eriza la piel al escuchar aquel himno. Fue la noche estrellada. Un poco porque las estrellas, que brillan unas más que otras, fueron las que decretaron la ruta que esta competencia atípica parece tomar. Y un poco porque al igual que el cuadro de Van Gogh, fue otro momento en el que todos los elementos del decorado convivieron al ritmo de la ansiedad, la muerte y la belleza. Aunque a muchos nos pese, creo que el guionista de la Champions sabe lo que hace. No queda otra alternativa distinta a dejar que nos siga sorprendiendo.


    La noche estrellada. Obra maestra del arte. 

 

 

Publicar un comentario

1 Comentarios